Cuando empezamos a perseguir nuestras metas, es normal arrancar con una explosión de motivación. Nos sentimos súper inspirados, llenos de energía y entusiasmo por los nuevos retos que tenemos por delante. Pero, seamos sinceros, la motivación no dura para siempre. Puede venir y desaparecer, influenciada por cómo nos sentimos, lo que está pasando a nuestro alrededor y si estamos viendo resultados rápidos o no.
La disciplina, por otro lado, es como ese amigo confiable que siempre está ahí. Es seguir adelante con tu esfuerzo sin importar si te sientes genial o si las cosas se ponen difíciles. La disciplina no depende de cómo te sientas en el momento; es ese compromiso firme con lo que quieres lograr.
Al final, lo mejor es tener una buena mezcla de motivación y disciplina. La motivación puede darte ese primer empujón y encender la chispa. Pero es la disciplina la que se asegura de que esa chispa no se apague y que realmente llegues a cumplir tu visión.
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